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  • Foto del escritorAna Morales Iturriaga

Resumen del capítulo 1 de la «Breve historia de la lingüística románica», de Munteanu Colán

Antes de empezar a hablar de la historia de la lingüística románica, es preciso tener en cuenta dos cosas; por un lado, que sus orígenes han de buscarse en los de la lingüística en general, y por otro, que siglos antes de que esta disciplina se delimitase como ciencia independiente de la filología, muchos autores ya reflexionaban sobre el lenguaje, y más allá de que el fin de sus estudios fuera o no la lengua en sí misma, trazaron las líneas y sentaron las bases sobre las que se desarrolla la lingüística hasta nuestros días.

Ya en la Grecia del s. V a.C. encuentran sus orígenes las dos grandes tendencias que llegan hasta el presente: una teórica, que se pregunta por la naturaleza del lenguaje; otra práctica, que fija su atención en el estudio de las lenguas. Naturalistas y convencionalistas discutieron por el origen de las palabras y su relación con los objetos a los que designaban, creando una controversia sobre el signo lingüístico y su arbitrariedad que no encontraría descanso hasta Saussure. Otra de las cuestiones lingüísticas fundamentales en las que centran su investigación orientaciones de la envergadura del generativismo chomskiano, encuentra antecedentes ya en el s. II a.C, en la polémica que mantuvieron anomalistas y analogistas: ¿está la lengua regida por reglas? Desde que empezase el debate entre las escuelas de Pérgamo y Alejandría hasta nuestros días, investigadores de todos los tiempos se han preguntado por la forma en que las diferentes reglas afectan a todas las facetas del lenguaje. Y ya en la Antigüedad, tanto estas como otras cuestiones de índole fonética y sintáctica, no dejaron indiferentes ni a los estoicos, ni a filósofos como Platón, Aristóteles o Varrón. Esta sólida tradición del estudio del lenguaje encuentra continuadores en el mundo latino, periodo en el que autores como Donato o Prisciano jugaron un papel esencial en la pervivencia de la herencia clásica y su posterior transmisión, especialmente en la Edad Media, en la que la labor de los escolásticos en recuerdo de estos autores resultó fundamental. A partir del Renacimiento, cuando se configuran los estados nación y se delimitan sus respectivas lenguas, la investigación dio un giro radical de perspectiva en el momento en el que, vencida la “falacia clásica”, se consideran las futuras lenguas romance como algo más que una corrupción del latín a evitar. El interés del hombre nuevo trasciende al estudio de otras lenguas, como el hebreo, lo que da muestra de un desarrollo intelectual que afectaba a todas las dimensiones del saber y que se vio reforzado técnicamente con el descubrimiento de la imprenta. En el despuntar de esta nueva era encontramos la valiosa aportación de Dante Alighieri, autor italiano en cuya obra son muchos expertos los que coinciden en ver el punto de partida de los estudios románicos. Y no es para menos si tenemos en cuenta que su labor puso de manifiesto el parentesco entre el italiano, el francés y el provenzal, y abrió dos direcciones a los estudios lingüísticos: históricos y no históricos. Y aunque podemos encontrar obras de descripción no histórica sobre el provenzal, no será hasta la aparición de la Gramática sobre la lengua castellana de Antonio Elio de Nebrija, cuando podamos contar con la primera gramática de una lengua romance. La obra del español será la pionera de una larga tradición de gramáticas normativas, que por ser tales, adolecen de pasar por alto el hecho de que la lengua debe describirse como en realidad es, y no como al autor le gustaría que fuese. Y aunque es en este periodo donde efectivamente surge un interés por el origen de las lenguas románicas, habrá que esperar al siglo XVIII para que dé comienzo un tipo de investigación científica, sistemática, y que contemple la lengua en su conjunto. El Siglo de las Luces da paso a un cambio de perspectiva esencial: el hombre, y por tanto su lengua, se configuran en el transcurso de la historia. Con la obra de Hegel en Alemania, el pensamiento histórico marcará el rumbo de toda la teoría del conocimiento hasta el s. XIX, era de los estudios históricos y comparados de las lenguas. Es entonces cuando surge el método histórico-comparativo, que pone de relieve que solo podemos conocer un objeto mediante el estudio de sus cambios, una concepción en la línea de la disposición romántica hacia el pasado que tuvo gran influjo en Alemania, patria de gran parte de los autores más destacados del siglo. Por fin surge el interés por la lengua en sí misma y por sí misma, y para poder estudiarla científicamente es preciso darle un nuevo nombre: la lingüística. Establecida esta importante escisión, los investigadores comienzan a preguntarse por el origen de las lenguas de todos los pueblos que un día habían formado parte del gran Imperio romano. A partir de aquí ya solo era cuestión de tiempo que la lingüística románica reclamara su nombre propio. El descubrimiento del sánscrito, si bien no fue una condición contingente, estimuló en gran medida los estudios orientados a esclarecer y reconstruir el origen indoeuropeo común de las lenguas romance. Schlegel, pionero en el descubrimiento de la vinculación entre las lenguas de raíz indoeuropea; Bopp, reconocido fundador de la lingüística indoeuropea; y otros autores imprescindibles como Rask y Grimm, contribuyeron decisivamente al nacimiento de la investigación lingüística histórico-comparativa y con ello al desarrollo de la lingüística románica. Cabe destacar que fue Grimm quien enunció la primera ley fonética, la llamada “ley de Grimm”, que proclamaba la regularidad del cambio fonético y la importancia de la etimología en relación a estos estudios. Poco después, Friedrich Diez contribuirá de forma decisiva en la historia de la lingüística románica, no solo por ser su fundador, sino por combinar las dos direcciones que seguía el estudio de su época: la investigación etimológica y gramatical de las lenguas europeas y el método comparativo. Pone el énfasis en la ley fonética y defiende que la evolución de la estructura interna y no externa del latín es la base imprescindible para la caracterización de las lenguas romances, hecho que determinará la ulterior dirección de las investigaciones estructuralistas. Tomando como referencia estas aportaciones, los herederos de las teorías de Diez apostaron por el método histórico comparativo, aunque con ellos se impone la necesidad de especialización y se produce la consiguiente ruptura con los intereses de carácter románico. De sobras conocida es la Stammbaumtheorie de Schleicher, cuya concepción de la lengua como organismo vivo hunde sus raíces en el darwinismo. Tanto este autor, como los otros discípulos y continuadores de Diez, intentaron explicar los fenómenos relacionados con el cambio lingüístico buscando sus justificaciones fuera de la lengua objeto de estudio, atribuyéndolos principalmente a la lengua madre y la contaminación con otras lenguas, lo que acarreó el inevitable descuido del estudio de los otros cambios, los que operan desde dentro de la propia lengua. Sucedió así una vez más, que las contradicciones y fallos de los modelos propuestos, un día en boga, motivaron la aparición de la siguiente corriente, la neogramática, que surge para corregir y continuar la labor de la anterior. Los Junggrammatiker se centraron en encontrar precisamente una regla que explicase las excepciones a la supuesta regularidad del cambio fonético, es decir, una regla para explicar las anomalías, idea que impulsó definitivamente la investigación. Los neogramáticos van a plantear dos principios metodológicos fundamentales: el carácter absoluto de la ley fonética y la analogía como explicación a sus excepciones. Esta analogía depende directamente de la voluntad humana y por ello se opone al motor del cambio fonético, que sería en principio automático. Aportaron a la lingüística general un principio muy importante, el de que solo hay cambios entre sonidos afines, definiendo asimismo el concepto de afinidad correctamente gracias a la fonética experimental. El gran desarrollo que hicieron de la fonética descriptiva no fue utilizado para la descripción sincrónica de las lenguas, vueltos como estaban sus ojos a los estudios históricos, y por ello, la escuela neogramática tuvo tantos continuadores como detractores. Entre los primeros, un autor como Meyer-Lübke supone el apogeo de la lingüística románica de orientación neogramática con sus trabajos de reconstrucción del “protorromance” mediante procesos de paleontología lingüística. Entre sus detractores, figuras como Schuchardt y Ascoli representan el esfuerzo por negar el carácter inalterable de las leyes fonéticas y llamar la atención sobre conceptos tan modernos como el contacto lingüístico, la evolución interna propia y la lengua mixta, preparando así el terreno para el surgimiento de nuevas corrientes metodológicas. Es el caso de la geografía lingüística, que se centra precisamente en el hecho (curiosamente pasado por alto desde la Antigüedad) de que las lenguas no son uniformes y define su objeto de estudio en la dimensión especial del lenguaje, es decir, en la exploración dialectal, de interés indiscutible para el desarrollo de la disciplina que ahora nos ocupa. Otras disciplinas que nacen alrededor de la lingüística románica son la onomasiología y el movimiento Wörter und Sachen; sendas disciplinas confieren una nueva dimensión a la investigación etimológica, que supera la etimología fonética y semántica. Este segundo gran periodo de la historia de la lingüística, época de supremacía de la lingüística románica en particular, que había iniciado su auge con el método histórico comparativo de estudio del que hablaba más arriba, llegará a su fase final con los postulados de los antipositivistas, influenciados por la fenomenología de Husserl. La nueva mentalidad coincide aproximadamente con el inicio del nuevo siglo y supone un cambio de planteamiento: en vez de partir del hecho individual para llegar al sistema, se sigue el sentido contrario, es decir, se parte del sistema de hechos y de la estructura para llegar a sus elementos constitutivos, los hechos individuales, cuyas particularidades están determinadas por el sistema al que pertenecen. Dentro de las diferentes orientaciones antipositivistas hay que destacar la línea de investigación de la lingüística idealista, único método que considera la lengua como una evolución del espíritu. Algunos de los planteamientos expuestos ya por Humboldt pueden identificarse en la obra de su creador, Vossler, que representó un hito, liberando a la lingüística de una concepción excesivamente positivista. El tercer gran periodo de la historia de la lingüística románica, (y de la lingüística en general) se debe de nuevo a un giro radical de perspectiva que se inaugura con los movimientos estructuralistas. Su máximo exponente, Ferdinand de Saussure, expuso los principios generales de la nueva corriente en sus charlas recopiladas y publicadas póstumamente por sus alumnos bajo el ya clásico título de Curso de lingüística general. En él se sientan las bases de la lingüística moderna: diferenciación entre las dimensiones sincrónica y diacrónica de la lingüística, definición de los conceptos de langue y parole y delimitación del concepto de signo lingüístico, cuyas características esenciales son: que está formado por un significante y un significado inseparables entre sí y cuya relación es completamente arbitraria, no motivada y convencional; y que su construcción se da en oposición, es decir, que un signo significa todo lo que no significan los demás. La teoría estructural del cambio lingüístico se opone a las ideas neogramáticas, ya que contempla el sistema de la lengua como un marco sobre el que actúan los cambios fonéticos. Para el estructuralismo, el motivo del cambio fonético reside en necesidades expresivas del habla. He ahí el punto más oscuro de la hipótesis estructuralista: el salto de la parole a la langue, de lo fonético a lo fonológico, punto en el que la teoría incurría en algunas contradicciones que solo podían resolverse reconociendo que las lenguas no son sistemas perfectos dado que, por sistemáticas que sean, pueden cambiar sin dejar de ser tales y sin convertirse en un auténtico caos. A pesar de sus carencias, hubo varias escuelas de gran importancia en el paradigma estructuralista caracterizadas por emplear principios como sistema, funcionalidad, oposición y neutralización en la descripción de la lengua. Todas estas corrientes del estructuralismo presentan un grado diferente de oposición a la neogramática precedente. Destacan la escuela de Ginebra, la de Praga, la de Copenhague, la rusa, la de Londres, la francesa y la americana (representada esencialmente por Bloomfield), sin olvidarnos de la escuela funcional de Martinet. Evidentemente, no todas ellas tuvieron el mismo peso en el desarrollo de la lingüística románica.

Posteriormente asistimos al nacimiento de la lingüística generativa, cuyo fundador es Chomsky. La característica más importante del generativismo es considerar la lingüística como una ciencia cognitiva a través de la que podemos estudiar la mente y sus procesos. Los presupuestos de su principal autor han supuesto un antes y un después en la historia de la lingüística, no solo por la idea (por otro lado antigua) de que el lenguaje está regido por reglas, sino por las diferencias que presenta con las corrientes precedentes. Su principal dedicación es averiguar cómo el cerebro es capaz de originar oraciones posibles en una lengua, cómo es esa gramática universal que todo ser humano posee y que se desarrolla de forma diferente en función de la lengua materna del hablante. Pese a sus interesantes postulados y su fijación por describir esa gramática universal, su radicalización posterior hizo que no fuese de gran utilidad para el desarrollo de los estudios referidos a la disciplina que ahora nos ocupa.

Sin embargo, de especial interés para la lingüística románica es sin duda el desarrollo de la sociolingüística, que irrumpe con la obra de William Labov. Esta nueva disciplina alberga la convicción de que los factores sociales que influyen en la comunicación verbal merecen ser estudiados dentro de la investigación lingüística, dedicando particular atención al contacto lingüístico, cuestión clave para la lingüística histórica y románica. Para el pensamiento lingüístico románico es especialmente relevante este enfoque, ya que permite observar desde una nueva óptica las teorías clásicas acerca de la acción del sustrato y del superestrato. Los romanistas no han tardado en adoptar el método sociolingüístico en sus investigaciones sincrónicas y diacrónicas. No faltan argumentos para justificar la preferencia: las numerosas zonas de contacto bi- y plurilingüístico existentes en la Romania actual y los problemas planteados por el contacto entre lenguas de la misma familia.

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