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Foto del escritorAna Morales Iturriaga

Comentario a Vallejo

Actualizado: 22 nov 2021

III

Las personas mayores ¿a qué hora volverán?

Da las seis el ciego Santiago, y ya está muy oscuro.


Madre dijo que no demoraría.


Aguedita, Nativa, Miguel, cuidado con ir por ahí, por donde acaban de pasar gangueando sus memorias dobladoras penas, hacia el silencioso corral, y por donde las gallinas que se están acostando todavía, se han espantado tanto. Mejor estemos aquí no más. Madre dijo que no demoraría.


Ya no tengamos pena. Vamos viendo los barcos ¡el mío es más bonito de todos!

con los cuales jugamos todo el santo día, sin pelearnos, como debe de ser: han quedado en el pozo de agua, listos, fletados de dulces para mañana.


Aguardemos así, obedientes y sin más remedio, la vuelta, el desagravio de los mayores siempre delanteros dejándonos en casa a los pequeños, como si también nosotros no pudiésemos partir.


Aguedita, Nativa, Miguel? Llamo, busco al tanteo en la oscuridad. No me vayan a haber dejado solo, y el único recluso sea yo.



El poema objeto de análisis es el tercero de los LXXVII que componen Trilce, obra que César Vallejo dio a la imprenta en Lima en 1922 y en la que se manifiesta, en palabras del propio autor, una «desconocida obligación sacratísima, de hombre y de artista: ¡la de ser libre!» (1). Liberado de las influencias poéticas vanguardistas y a la vez profundamente unido a ellas, Trilce supone un hito, una auténtica renovación del lenguaje y proceder poético con la que el autor es capaz de transmitir la extraordinaria intensidad del temblor de la vida, la esencia más profunda de la naturaleza del hombre. Las referencias a la pérdida de su madre, de su amada Otilia y de su tiempo en la cárcel, serán motivos recurrentes en la exploración de «tres grandes cuestiones asociadas entre sí: la anómala percepción del tiempo humano, la incomunicabilidad de la experiencia vital y la asimetría del nuevo ideal estético» (2).


El poema III de Trilce trata el tema de la percepción del tiempo desde la soledad producida por una ausencia no deseada, o dicho de otro modo: se trata del miedo al abandono. La estructura externa del texto muestra cinco estrofas bien diferenciadas de 4 (+1), 9, 6, 6 y 4 versos, que no presentan ni rima ni una métrica regular; se trata de un poema de versificación libre.

Entre la primera y la segunda estrofa encontramos un verso suelto que se repetirá a modo estribillo al final de la segunda estrofa (por ello entendemos que la primera estrofa son 4 versos más ese último verso, que actúa como estribillo). Estos dos versos son los únicos en los que aparece una referencia explícita a la «madre» (elemento fundamental en la vida y la poesía de Vallejo sobre el que hablaré más adelante) y no parece fortuito el hecho de que dicha referencia se presente en una forma que inmediatamente se asocia con lo tradicional, con la canción y sus repeticiones características. No es sino una muestra más de la síntesis que consigue Vallejo en su poesía, en la que parece adelantarse a la vanguardia sin por ello dar la espalda a sus motivos más personales y autóctonos.

Otra de las peculiaridades formales que inmediatamente llaman la atención es la disposición del último verso de la cuarta estrofa, que se encuentra separado, abriendo un espacio visual que se traduce en una ralentización de la lectura y una suspensión (algo angustiosa) del ritmo justo antes de dar comienzo la última estrofa. La estructura interna del texto se divide temáticamente de forma análoga a la presentación formal externa. Ya en los dos primeros versos del poema encontramos los dos elementos sobre los que se estructura el texto: el referente a esas “personas mayores” y la cuestión temporal asociada a este referente, que se presenta en forma de interrogación: “¿a qué hora volverán?”. Se introducen así desde el inicio los dos elementos misteriosos: unas personas que han de venir pero no se sabe cuándo. A continuación, una referencia temporal concreta anuncia la noche y encontramos la primera alusión a figura materna, en la que se concreta ese referente indeterminado del primer verso envuelto en una promesa de retorno: “Madre dijo que no demoraría”. De esta forma se presenta el yo poético, una voz solitaria y oculta atenta al regreso de quien ha prometido volver. En la segunda estrofa se incorpora la presencia de los hermanos, compañeros en la espera. Se aporta de nuevo información sobre el tiempo, que percibimos a través de una voz infantil. Esta se debate entre la búsqueda de la tranquilidad mediante la imitación de la voz de “los mayores” y el espanto que le produce el silencioso corral en el que las gallinas están espantadas, y por donde parece que pasan las penas… De nuevo encontramos un elemento de fuerte sabor tradicional, una referencia a lo sobrenatural tan propia del folclore de las pequeñas comunidades. Este elemento mágico está presente también de alguna forma en las evocaciones infantiles del lenguaje de los mayores, supuesto lenguaje protector o especie de fórmula mágica con la que sentirse protegido siempre y cuando se sigan las instrucciones al pie de la letra, como el que realiza un hechizo. Ante el desasosiego y el incipiente miedo, la tercera estrofa supone un intento de distracción, una forma de hacer que la mente se separe de ese momento de incertidumbre con que culmina la segunda estrofa: la repetición de la promesa de retorno de la madre, figura en que se concentran los anhelos de seguridad y protección. En la cuarta estrofa volvemos a oír la voz de quien habla repitiendo lo que dirían los mayores si estuviesen presentes pero en esta ocasión la voz presenta algunos matices que muestran un cambio con respecto a la segunda estrofa. Ya no vuelve a mentarse a la madre; en cambio, la espera ha de hacerse “sin más remedio” y aparecen diáfanamente especificados los que esperan: “los pequeños”. En la última estrofa la voz poética llama a sus hermanos, que ya no están con él. Y vuelve el miedo, un miedo a la temible certeza de que nadie regrese. Una incipiente aceptación del abandono en soledad, que culmina con el uso de una palabra que nos hace alejarnos violentamente de la imagen de una voz poética infantil: “recluso”. De pronto el poeta hace que el escenario en el que se desenvuelve el poema cambie completamente.


Resulta verdaderamente llamativo cómo la voz del poeta se desdobla en una oposición entre el hombre y el niño. Algunos autores proponen que para Vallejo, el hombre no es sino un ser minúsculo con plena conciencia de su abandono. Esa idea se opone a la de niño, ya que el niño tiene la seguridad en los adultos, quienes actúan de anclaje al mundo. Podría inferirse que una de las ideas que sostiene el poema es que un niño deja de ser niño cuando se sabe abandonado. Una vez que los mayores (tus mayores) desaparecen, un fuerte sentimiento de desarraigo se hace presa de cada uno y lo empuja a asumir que efectivamente nacemos y morimos solos, en el más profundo abandono, en completa soledad. No podemos olvidar que estos versos fueron escritos probablemente en la cárcel, poco tiempo después de que Vallejo viajase a su pueblo natal a visitar la tumba de su madre tras conocer la noticia de que esta había fallecido. Por ella había profesado desde niño la más profunda admiración, y es muy probable que, en la soledad de su encierro, la imagen de su madre se le apareciese una y otra vez, unas veces como motivo de sosiego y otras como el desencadenante de un sentimiento que une el enfado y la tristeza que suponen la muerte del ser más querido, que se marcha y nos deja. Su experiencia vital está en este momento marcada por una fuerte limitación, espacial y temporal, de la que se hace eco el lenguaje que emplea.

Ya hemos comentado la importancia de ese lenguaje “mágico”, en el que el referente plural contribuye a transportarnos a esa voz infantil que recuerda las reglas de un juego. El lenguaje que emplea el poeta es asequible, permite a un lector no experto adentrarse a la perfección en la atmósfera de tensión que se describe. Deben destacarse los fuertes encabalgamientos de la segunda estrofa entre los versos 2 y 3, 3 y 4, 5 y 6, y 6 y 7, que contribuyen a la aceleración del ritmo del poema, que se mantiene por lo demás estable en el resto del texto a excepción de la pausa que ya hemos señalado en el último verso de la penúltima estrofa. Fundamental es el hecho de que en todo momento las referencias deícticas exofóricas hacen referencia a elementos que no sabemos si situar en el pasado, como un recuerdo, o en el futuro como una esperanza: “Aguardemos así, obedientes”, puede entenderse como un recuerdo de la infancia, o un motivo presente que le ayuda a sobreponerse a su difícil situación como recluso.


Aunque algunos autores sostienen que en los poemas de Vallejo emerge siempre ese “hombre pobre”, cuya orfandad se entiende como una condición inherente al ser humano, otros defienden que este recurrente sentimiento de orfandad que inunda la poesía vallejiana no se siente necesariamente como un rasgo inherente a todo hombre, cuya desnudez ante la vida no siempre es inexplicable. La indigencia y el desamparo son hechos reales y concretos, causas definidas en un mundo que margina a un amplio sector de “hombres pobres”. César Vallejo estuvo muy cerca de este sector en sus años de trabajo en Lima, donde alcanzó a ver las condiciones de trabajo de los mineros a los que tanto tendría presente en su poesía. Se hace evidente, a mi humilde parecer, que desde entonces desarrolla una conciencia, una “sensibilidad social” que lo acompañará a lo largo de toda su vida y se plasmará en cada uno de sus poemas, aunque sea un escritor en permanente crecimiento. La figura materna representa para él el núcleo familiar y la estabilidad, y por ello la invocará una y otra vez, en busca de amparo y protección, y muy especialmente cuando ella ya no esté. El poema objeto de análisis da muestra de esta búsqueda e indagación en lo más profundo del ser, cuyo objetivo es revelar la verdadera identidad del hombre. Es la persecución de un arte que expresa la naturaleza interior del hombre y no sus apariencias externas; una inmersión en lo más recóndito del espíritu y una vuelta a la visión de ese niño u hombre primitivo, que estando más cerca de lo instintivo que de lo racional, nos permite acceder a la verdad.


(1) Carta a su amigo el filósofo Antenor Orrego años antes de la publicación de Trilce. (2) OVIEDO, José Miguel (2001): Historia de la literatura hispanoamericana, Madrid: Alianza Editorial S.A., p. 331.


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