Lourdes Ortiz
Lourdes Ortiz es una polifacética autora de amplia trayectoria como novelista de éxito, labor que ha compaginado con la historiografía y la creación en los ámbitos de la poesía, el teatro y el ensayo. Sus obras han sido estrenadas con regularidad y publicadas en diversas lenguas. Entre 1991 y 1993 dirigió la Real Escuela Superior de Arte Dramático de Madrid y además ha sido miembro del Consejo Asesor de Teatro del Ministerio de Cultura. Ha traducido a grandes figuras de la literatura y colabora habitualmente en diferentes medios informativos.
Esta autora madrileña, siempre a caballo entre la capital y Andalucía, pertenece a la promoción del final de la dictadura franquista, por lo que podrán distinguirse en el imaginario de su teatro todas las vivencias reunidas en aquellos años. En los años setenta comenzó a reivindicar su puesto en la nómina de autoras, consolidándose su reconocimiento y el de su obra en la década de los ochenta. Será en los noventa cuando escriba esta pieza, uno de los valiosos textos que la autora ha aportado al panorama dramático.
Tanto Lourdes Ortiz como las otras dramaturgas reunidas en la antología de García-Pascual (véase «Bibliografía»), han tenido que hacer frente a viejas y nuevas censuras. Estas están en su mayoría vinculadas a dificultades específicas asociadas al rol cultural que supuestamente ocupaban las féminas del mundo del espectáculo. Entre estos problemas encontramos frenos de distinta índole que suceden a lo largo de todo el proceso creativo, tanto previos y durante la producción de la pieza (imposibilidad de optar a concursos o ataques personales relacionados con el abandono del hogar) como posteriores al estreno de la misma: el papel que ha jugado la crítica. Una larga nómina de inconvenientes relacionados con los roles asignados a hombres y a mujeres a lo largo de la historia, diferencias que se evidencian a la perfección en el fragmento seleccionado, que ofrece una síntesis de los temas en los que profundiza la autora en la pieza.
El local de Bernardeta A.
El local de Bernarda A. es una parodia de explícita alusión a La casa de Bernarda Alba, una tragedia de Federico García Lorca. Con ella, la autora ofrece una propuesta de continuación intertextual de la secuencia con que concluye este drama rural lorquiano: el suicidio de la hija menor. En la obra de Ortiz, encontramos que la Adela del granadino es Adelita, la chica nueva y jovencísima que ha entrado a trabajar al prostíbulo y a la que la presión ha llevado igualmente a suicidarse. Así establece la autora el vínculo con la obra del de Granada. El hogar opresor descrito por aquel se presenta ahora como el sórdido escenario de una casa de alterne. El local de Bernarda A. convierte irónicamente a las hijas de la tragedia de Lorca en mercancía sexual, y un nuevo Romano se arroga el papel de proxeneta que alquila, explota y humilla a sus empleadas. Los roles de género se funden en la pieza en un crisol de estereotipos, presentados precisamente para ser invertidos. Es así como la autora muestra su preocupación por la trata de personas realizada a través de mafias organizadas que abusan de su inmunidad.
Para empezar, y para ilustrar estas diferencias en el trato entre sexos, podemos fijarnos en cómo se refieren al Romano los diferentes personajes que intervienen en la escena: «Él es el que impone respeto, el que tiene los contactos […] el Romano es una garantía, nuestra seguridad […] Él todavía es alguien y los años trabajan a su favor». En estas afirmaciones de Bernardeta, la madama del burdel, se infiere un trato diametralmente opuesto al que profesa a Gus, la prostituta a su cargo de edad más avanzada: «Bastante hace con conservarte aquí, cuando ya…». A través de las intervenciones de Bernardeta se evidencia la antítesis que enfrenta al “hombre que gana con los años” con la “mujer que al envejecer pierde su atractivo y por ende su valor”. Todo se complica, además, en un empleo de tales características. En todo momento la conversación gira en torno a las diferentes formas de complacer al Romano y cómo pueden hacerle llegar la noticia del suicidio de su preferida con la mayor suavidad posible. Las chicas tienen miedo y están preocupadas: saben que alguna tendrá que enfrentar las consecuencias de contentar al Romano ahora que Adelita ya no está. Bernardeta necesita recordarles que él representa la seguridad y la continuidad del negocio, llegando incluso a justificar las conductas agresivas denunciadas por Marti: «Si le da por pegar, yo no estoy para palizas. La última vez me dejó el cuerpo…», a lo que Bernardeta contesta con contundencia: «él viene aquí a relajarse». Desigualdad e injusticia se hacen patentes en el trato dispensado, que revela la mercantilización del género femenino. Lo menos importante es el por qué del trágico suceso o cómo puedan sentirse ahora las demás. Lo único importante es la satisfacción y el placer del Romano, una prioridad paradójica y demencial en una situación en la que deberían ser ellas quienes recibiesen una atención especial.
No es sino una pequeña muestra de la realidad acontecida en muchos prostíbulos de España, en los que como en tantos otros contextos, la persona que ejerce el abuso se aprovecha del miedo de sus víctimas. En ese juego macabro, las prostitutas terminan sintiéndose agradecidas de poder elegir el mal menor: complacer al Romano y seguir protegidas en el burdel, porque aunque sus condiciones sean miserables, mucho peor sería verse en la calle tirada y sin nada: un círculo vicioso del que es tremendamente difícil salir.
En este fragmento se aprecia sin embargo que el miedo comienza a remitir ante el cansancio: poco a poco las chicas se van hartando de las tonterías del Romano y empiezan a hacerse conscientes de que sin ellas no habría negocio. Saben que sus condiciones de trabajo son pésimas y quieren mejorarlas: el día de mañana no tendrán ni jubilación ni pensión, y por ello «[…] hay que abrir los ojos, cuando una todavía está a tiempo». Y es que el estatus laboral de las trabajadoras del lupanar, la jubilación, las bajas, los contratos a tiempo parcial y los despidos improcedentes, son algunos de los temas que va desarrollando la autora en la pieza. Esta preocupación se hace manifiesta a través de las intervenciones de los personajes: «Y cuando llega el momento, la patada. Y sin jubilación», «Primero nos sacáis el jugo bien sacado y luego, cuando ya no rendimos… a la puta calle y…» «Y sin pensión, cariño».
Otro de los temas que la autora pone sobre la mesa es la polémica sobre la legalización de la prostitución en España, debate que aparece indefectiblemente ligado a la visión doble y permanentemente enfrentada del conflicto. Frente al modelo de feminidad predominante que ha venido reflejando el teatro de evasión, esta obra opta por una representación de las protagonistas tenidas por heterodoxas para notificar la doble moral del sistema. Un sistema que toleraba los centros de alterne en tanto que exigió de sus mujeres virginidad durante la juventud y pasividad sexual en su madurez. La liberación sexual fue considerada como un libertinaje solo para quienes ejercieran allí su oficio, sin que de sus clientes varones se afirmara la misma conducta indecente. Estas mujeres quedaron desprotegidas física, moral y legalmente, con problemas como embarazos no deseados, abortos clandestinos, anulación de su voluntad a través de narcóticos, padecimiento de enfermedades venéreas, y un gran etcétera del que el sistema no se hacía ni se hace cargo. Aún hoy día, 26 años después del estreno de la obra, el trabajo de estas profesionales sigue sin estar regulado y su situación laboral se desarrolla en la más absoluta incertidumbre legal.
Otro de los aspectos que podemos relacionar en el tratamiento de los temas por parte de la autora es la estética carnavalesca que impregna la obra en su totalidad y muy especialmente lo relacionado con la mercantilización del burdel. Este filtro distorsionado por el que se procesa la realidad entronca con la noción de carnaval desarrollada por Mijaíl Bajtín. En esta concepción paródica del mundo circundante, esta estética se presenta como una herramienta de distanciamiento narrativo con el drama representado. En la pieza objeto de análisis, descubrimos el uso de este recurso a través de los diferentes puntos de vista ante el conato de convertir el burdel en una sauna de postín. La imitación irónica se mantiene hasta un punto de la obra pero las secuencias reconducen la acción hacia los lindes de la tragedia que en efecto es.
En conclusión, una obra de Lourdes Ortiz que da voz a aquellas personas con un oficio que sigue permaneciendo en un vacío legal pese a su antigüedad y su alta demanda. Debido a la complejidad logística y moral que supone su regulación, las condiciones laborales de las prostitutas y los prostitutos siguen siendo un auténtico caos. Esta es la situación denunciada por la autora, quien describe los problemas asociados a este modo de vida desde una óptica que oscila entre el distanciamiento paródico y el acercamiento trágico.
En lo que respecta a las censuras de las que se hablaba, hoy día la escena se muestra completamente diferente. Sin embargo, es un hecho que la obra de las autoras, aún en la presente antología, se sigue estudiando de forma separada y sectaria. Pese a que su propósito es precisamente «contrarrestar la inercia de las colecciones de teatro actual que siguen incluyendo únicamente a autores», parece una opción bastante asimétrica seguir fomentando y perpetuando el estudio y la publicación por separado de la obra de autores y autoras. Resulta sorprendente que no se haya conseguido aún que auditorio y crítica sean capaces de reconocer el talento del creador en función de la calidad y el valor de su producción artística y no a merced de su sexo u orientación sexual. Quizá llegue el día en que ese hecho deje de ser un motivo clasificatorio de peso y pase a ser solo un aporte contextual adicional. Ojalá.
Bibliografía
García-Pascual, Raquel (ed.) (2011). Dramaturgas españolas en la escena actual. Barcelona: Castalia.
Romera Castillo, José (2011). Teatro español entre dos siglos a examen. Madrid: Verbum.
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